Texto de sala


JORDI MARTORANNO

— El corazón oceánico de las cosas

“Se me ocurre una actitud tan simple como la de recuperar el hábito de escuchar a través de la mirada.”

Jordi Martoranno

 

En el año 2019 Jordi Martoranno (Girona, 1965) ganó el Premio de Pintura de la Fundació Vila Casas con Y-Zone, obra que podemos ver expuesta en la presente muestra. Este galardón consiste en una dotación económica y una exposición monográfica en cualquiera de los espacios artísticos e la Fundació, una oportuniad para que los artistas desarrollen su capacidad creativa.

El corazón oceánico de las cosas es el título que abraza la propuesta expositiva de Martoranno en el Museu Can Framis. Veinte pinturas realizadas principalmente con óleos sobre tela de lino y con tinta china sobre papel Ukiyo-e.

Jordi Martoranno se inició en el terreno creativo y plástico a conciencia y ya desde la infancia, un instinto que se manifestó sin vacilación cuando, a los doce años, tomó la firme decisión de dedicarse a la pintura.

La figura del artista gerundense Isidre Vicens, de quien recibió formación en su taller siendo joven, fue fundamental, pues con él se le abrió un inmenso universo de posibilidades creativas. Y, en palabras de Martoranno, continúa siéndolo, ya que todo cuanto sabe sobre pintura se lo debe a su maestro.

Pero también bebe de figuras del arte contemporáneo catalán abanderadas de la abstracción matérica, como Miró, Tápies y Hernández-Pijuan. Por otra parte, como resultado de su estancia en Nueva York se acercó a la obra de creadores norteamericanos que ya despertaban su simpatía, como Sol LeWitt, Carl André, Robert Ryman, Fred Sandback y Ellsworth Kelly. Aquel encuentro contribuyó a la evolución pictórico-formal de Martoranno y al descubrimiento de lo que la pintura tiene de más esencial; una auténtica destilación, como cuenta él mismo.

Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona y con un Máster en Diseño Gráfico, Martoranno ha celebrado unas cuarenta exposiciones individuales desde que en 1984 se inició en el ámbito expositivo en la sala Fidel Aguilar de Girona y en la sala Lola Anglada de Barcelona. Su trayectoria incluye experiencias que han contribuido a su enriquecimiento formativo y vivencial; es el caso de becas y residencias artísticas en destacadas metrópolis culturales como la ya citada Nueva York o París.

La obra de Martoranno está presente en numerosas colecciones, entre las que destacan las de la Fundació ”la Caixa”, la iglesia de Notre Dame de Nueva York, y el Museu d’Història y la Diputació de Girona, así como la propia Fundació Vila Casas, entre otros.

Jordi Martoranno concibe el hecho de pintar como una de las acciones más instintivas del hombre, la cual permite conectar de forma inmediata la realidad con la consciencia.

Partiendo de esta premisa transcendental, su obra suele estar vinculada a una dimensión espiritual. Representa líneas y símbolos en espacios ingrávidos e indefinidos que invitan a la contemplación y a una mirada atenta y consciente. Son formas que hallan un vínculo con lo perenne o prearcaico que ya nos viene dado. Figuras que trascienden el tiempo, las culturas y las civilizaciones y que siguen manifestándose en distintos ámbitos de la sociedad contemporánea, como por ejemplo en la tecnología, la ciencia o el diseño industrial.

El pensamiento filosófico sobre enigmas universales como el origen de la vida y el sentido de nuestra existencia forma parte del contenido de las obras de Martoranno, que busca en la filosofía clásica y en la contemporánea referentes sobre esos arquetipos predeterminados a los que ya se refirió Platón con su mundo de las idees, así como tantos otros filósofos a lo largo de la historia.

Martoranno se sirve de estas imágenes inherentes a nuestra mente, espíritu y alma como si fueran herramientas de trabajo válidas para definir cómo son el cosmos y nuestra relación con este. En este sentido no se considera un artista abstracto, sino figurativo, ya que representa la esencia de aquello que nos rodea; las estructuras universales que se repiten en la totalidad de nuestra existencia, desde lo más pequeño (como sería una célula) hasta lo inabarcable (como el universo).

El corazón oceánico de las cosas es también un guiño al “sentimiento oceánico” del que hablaba Romain Rolland, la impresión de ser una ola en un océano sin límites, de formar parte de una realidad misteriosa.