Texto de sala


Frank Horvat demostró desde muy pequeño que sabía seguir sus instintos y poner límites allí donde su espíritu crítico se lo dictaba, hasta el punto de abandonar una de sus prematuras pasiones, la poesía, por un exceso de autoexigencia. Hijo de médicos, nació en 1928 en Abbazia (entonces Italia y, actualmente, Croacia), pero vivió en diferentes países durante su infancia y adolescencia (Italia, Suiza y Francia). Esta circunstancia le permitió conocer distintos entornos culturales y dominar una gran variedad de idiomas. Un enriquecimiento que, junto con su innato olfato aventurero y un ambiente familiar más bien intelectual, contribuyó a que aquel niño listo e inquieto desarrollara una gran sensibilidad en el ámbito visual a lo largo de su vida.

Durante su infancia, y por consejo de un amigo, se compró su primera cámara fotográfica, atraído por la idea de conquistar a las chicas más que por la vertiente creativa. Gracias a la venta de una colección de sellos, una cámara Retinamat de segunda mano pasó a formar parte de sus tesoros más valiosos, tanto como lo podría haber sido un buen balón de fútbol.

Directamente influido por el mundo literario y por la poética creativa (Heine, Goethe, Schiller, Rilke, Leopardi, Dante Alighieri...), a través de sus testimonios fotográficos, vivenciales y autobiográficos Horvat pone de manifiesto que lo que más le interesa no es apretar el botón de la cámara y vender reportajes, sino aquello que no se puede  expresar con palabras: la poética visual, muy influenciada, en su caso, por una obsesión por la simplicidad. “La fotografía es el arte de no apretar el botón”, dice.

Captar lo que pasa desapercibido, dejarse llevar por un instinto con notas providenciales, observar atentamente e inmortalizar aquellas energías que hablan del alma ha sido, al parecer, su objetivo personal.

A veces el azar guía nuestros pasos de manera totalmente imprevisible. A veces nuestros mejores maestros son aquellos que, de entrada, más daño nos hacen. Esto es lo que le pasó a Horvat cuando, de joven, se trasladó a París para ofrecer sus fotografías a la todavía incipiente agencia Magnum.

“¿Acaso Dios te ha puesto los ojos en el estómago?”, le espetó el prestigioso Henri Cartier-Bresson, su futuro maestro, al ver su trabajo. Cuántas veces, según cuenta, gracias a esta agria, inesperada y descorazonadora bienvenida se vio obligado a superarse en la búsqueda de su “yo fotográfico” más auténtico. ¡Cuántas veces ha agradecido a su primer maestro aquel sentido tan crítico!

Desde aquel primer impacto, con momentos mejores que otros, alegrías y tristezas, sufrimientos y glorias, siempre ha ido en busca de la fidelidad a sí mismo. A veces, su trabajo estaba sometido a los dictados de revistas de moda prestigiosas —Elle, Vogue, Glamour...— más que a los de su instinto, pero por lo menos era consciente de ello y, en cualquier caso, por una cuestión de supervivencia tenía que seguir adelante.

Letras, canciones y sueños se mezclan en la retina de Frank Horvat para crear composiciones que nos llevan a su mundo imaginado, entre la realidad y la ficción. Gracias a ellas podemos disfrutar de los detalles de las épocas en las que visitó distintas capitales europeas y de otros lugares, así como percibir toda una personalidad creativa, amable e inquieta detrás de la cámara, que es como una extensión de su cuerpo.

Enamorado de la figura femenina, su obra gira alrededor de las mujeres, una gran variedad de féminas que miraron a su cámara, y algunas de ellas también a sus ojos e incluso a su alma. Con estas últimas es, según cuenta, con las que más ha disfrutado de su trabajo: aquellas que lo han mirado con autenticidad, sin los clichés que tanto rechazaba.

Les invitamos a descubrir mucho más sobre Frank Horvat a través de su autobiografía, que puede leerse en el catálogo de esta muestra, disponible en la recepción del museo.