Barcelona, 1956
Sergi Marcos crea un escenario, una atmósfera etérea y onírica, en el que los protagonistas pueden ser objetos geométricos, arquitecturas o elementos naturales. El silencio, los colores y las texturas son los rasgos más esenciales de unas escenas de un alto contenido poético, no exento de reminiscencias surrealistas y metafísicas. Aunque a simple vista el artista envuelve sus composiciones de una apariencia ingenua, en el trasfondo existe una práctica metódica y reiterativa; múltiples estratos que se sedimentan y ocultan todo aquello superfluo y nimio; en definitiva, de un proceso reflexivo y laborioso surge una imagen equilibrada, austera y vital.