Maria Girona gozó de un ambiente familiar de gran riqueza cultural. Se forma en la Academia Tàrrega, donde entra en contacto con otros pintores de su generación con quien creó el grupo Els Vuit, una de las primeras agrupaciones artísticas con voluntad renovadora de Cataluña.
Su obra, heredera de la pintura de Matisse y del mediterranismo noucentista catalán antes de la guerra, se oponía al artificio y el virtuosismo de la pintura que abundaba durante los primeros años del franquismo y, a través del color y la esencialidad, hacía una apuesta por la modernidad. Se mantuvo fiel a sus principios artísticos a lo largo de toda su vida: sin caer en modas ni efectismos, se mantuvo en una figuración muy personal, exceptuando una serie de collages de gran interés plástico que desarrolló durante la década de los setenta. Junto con su marido, Albert Ràfols Casamada, participó activamente de las iniciativas más innovadoras del momento y formó parte del proceso de creación de la escuela de diseño Eina.