Durante la década de los ochenta traslada su residencia al Ampurdán, desde donde viajará periódicamente a Marruecos. Su trabajo conecta con el arte primitivo, el mismo que en su momento interesó a Gauguin y Picasso. Sus pinturas son receptáculo de un lenguaje simbólico, donde la espontaneidad y la simplicidad hacen alusión constante a la vida y la muerte como eje de unión existencial.