Desde sus inicios, las imágenes ideográficas han traducido su reflexión intelectual encuadrada en un espacio rigurosamente calculado. A finales de los años sesenta, su barroquismo avanza hacia una desmaterialización en la que se enfatizan las relaciones entre los elementos. En su obra identificamos fragmentos de su historia y universo personales dentro de una topografía estrictamente compartimentada; en este punto es donde su obra deviene más lírica, más lacónica y los objetos dejan de ser reales para conferir el vestigio de su huella. Con el tiempo, mengua su lenguaje de signos a favor de un equilibrio estable para introducirse en denuncias conmovedoras del mundo que nos rodea.