Barcelona, 1959
De la confluencia de grandes maestros como Dalí, Ponç y Brossa, Ruestes difumina los límites de la materia para erigir un viaje introspectivo en busca de un diálogo espiritual. Sus esculturas forjadas en hierro y de acabados bruñidos hacen de su arte verdaderos objetos preciosistas. Seducido por Gargallo y Julio González, Ruestes otorga a la rigidez de ciertos materiales cualidades sobrenaturales bajo una apariencia carnosa, dócil y elástica. Ha creado un universo creativo de arraigada abstracción donde las formas gestuales de expresión enigmática son el resultado de un largo proceso de experimentación de la textura y la materia.