Tras formarse en el taller de Ramon Rogent en Barcelona y en la École des Beaux-Arts de París con Marcel Gromaire, Jesús de Vilallonga se marcha a Quebec en 1954, donde realiza la mayor parte de su obra y donde configura un imaginario propio con resonancias del surrealismo, el simbolismo y el manierismo. Alejado de la abstracción y del informalismo imperante en el ámbito internacional, su obra se centra, desde la figuración, en una incansable experimentación que lo lleva a trabajar múltiples lenguajes como el collage, el grabado, la escultura o la ilustración de libros, así como la singular técnica que caracteriza su obra pictórica: la pintura al temple.