Isidre Manils (1948) forjó cuando era niño su mirada de pintor en el cine Ateneo de Mollet, propiedad de su abuelo. Aquel universo de imágenes no fue solo su momentánea escapatoria mental y emocional a la gris monotonía de la posguerra, sino un estímulo para empezar a fantasiejar con un lenguaje visual propio que brotara de sus pinceles con la misma lógica interna que la luz de los proyectores cinematográficos.
Fuente: El Punt Avui