Tras haber aprendido todos los secretos del oficio y de haber trabajado para los demás, Mariano Andrés Vilella (Zaragoza, 1930) decidió convertirse en escultor para sí mismo. Arranca así una trayectoria tan rotunda como personal que lo ha llevado a plasmar un mundo tridimensional totalmente reconocible y de alcance internacional. Pocos escultores de nuestro tiempo son capaces de imaginar y llevar a cabo su obra con el grado de sabiduría con que lo hace nuestro artista, que reside en Barcelona desde hace más de medio siglo.
Es en el taller de Villa Manolita, en el barrio de la Marina del Port, donde sus manos esculpen alternativamente "corales", "esferas", "fusiones", "óvalos" y "uniones", es decir, desarrollan un imaginario altamente peculiar en el que la indagación sobre la forma se concreta en cada una de estas series aleatorias. De la mano de un conocimiento exhaustivo sobre los límites y las posibilidades del mármol, el travertino o el basalto, Mariano Andrés Vilella investiga, explora, desbasta y pule cada bloque de roca hasta que le extrae unas formas de una plasticidad extrema, en que la materia prima parece volverse dinámica y remitirnos a un universo autorreferencial y cósmico al mismo tiempo: de aquí la presencia tan recurrente de una esfera encajada sorprendentemente en el vacío de la propia obra, o la concentración de pulsiones contradictorias tan magistralmente resueltas desde un centro de gravedad ubicuo.
Más allá de títulos y series, cada una de sus obras nos muestra tanto el conocimiento absoluto de un oficio como el deseo de transcenderlo a través de la plasmación de un mundo donde belleza, riesgo y ritmo se unen hasta el límite de lo indecible.