VENUS DESTRUCTA
Entre las muchas crisis que definieron la edad contemporánea hay una que no solo no nos ha abandonado, sino que ha crecido en complejidad e impacto: la crisis de la mirada. La fotografía, los rayos X o el psicoanálisis tenían algo en común, ya que nos descubrieron cuántas cosas escapan realmente a nuestra visión y en cuántas maneras las apariencias engañan. Nos frotamos los ojos e insistimos. Hicimos de la autopsia –el acto de ver con nuestros propios ojos– un reforzado ejercicio de conocimiento. Lo hemos abierto todo, cuerpos y juguetes, buscando respuestas a través del bisturí, el dibujo, el plano y el endoscopio. Solo hemos hallado más preguntas, así de productiva ha resultado nuestra inquietud. Sabemos lo que hay dentro y a menudo hasta sabemos cómo funciona, pero seguimos ignorando por qué es así. Y en este enigmático territorio, que aúna ciencia, arte y misticismo, se produce la más maravillosa de todas las frustraciones.
Dijo John Pecham, un sabio franciscano del siglo XIII, que el acto de la visión es doloroso, quizás porque revela pero no explica, descubre pero no responde. Las esculturas de Tania Font se presentan como indagaciones, exposiciones en canal de cuanto oculta la superficie. No son, sin embargo, soluciones a un jeroglífico. Acaso, como arte, son la elaboración de un enigma con el que responder a otros.
Andrés Hispano