Esta propuesta curatorial parte de una tipología concreta de construcciones de arquitectura rurales que se extienden por el territorio y que, más allá de su función de almacén y refugio, se convierten en catalizadores de espacio y de tiempo. Estas arquitecturas, percibidas por el pintor Jordi Fulla como hábitats de intimidad que permiten establecer una transposición a lo humano –la estructura pétrea como dermis–, propician nuestros estados de sueño donde proyectamos un espacio de refugio, de aislamiento o de reflexión y que provocan una simbiosis entre el mundo inmaterial y el tangible.
Integrada por pinturas, dibujos y una gran instalación pictórica que transforma en vacío y en espacio de tránsito –el de la propia existencia–, el interior y el umbral de las cabañas, la exposición, comisariada por Natàlia Chocarro, se convierte en un recorrido sobre los grandes enigmas que habitan nuestra propia existencia.