Residente en Barcelona desde el año 1964, Rafael Tirado descubre el mundo de la fotografía de la mano de su tío, fotógrafo amateur que disponía de un laboratorio doméstico y que gracias a él pudo empezar a experimentar. Con 17 años entra a trabajar como encargado de laboratorio fotográfico y ayudante de plató de César Malet, que ―al marcharse a los Estados Unidos― dejará el laboratorio en sus manos. Uno de los temas clave en la obra artística de Rafael Tirado ―al margen de la faceta publicitaria en la que imperan los bodegones― son los paisajes, sobre todo los que le ofrece la ciudad de Barcelona, que ha retratado a lo largo de los años y que conforman en conjunto un gran álbum de la evolución de la Ciudad Condal en la última mitad del siglo XX y principios del XXI. Gracias a su particular uso de la luz marca contrastes dramáticos de sombras confiriendo a los paisajes, objetos y rostros, texturas recalcadas en las superficies que nos permiten apreciar los detalles del paso del tiempo o de los puntos clave.
Artista de grabados, monotipos, dibujos y pinturas. Tras un periodo posimpresionista convencional de esquemáticas figuras y otro de pintura de máquinas complejas y cuidadas que sintonizan con el arte social, su trayectoria evoluciona hacia claras representaciones de aspecto intimista y nostálgico, donde el mundo es como un jardín de meditado orden y colores vibrantes. Su pintura representa una clásica declinación de algunos de los cánones fundamentales de la modernidad. En el 2001 recibió la Creu de Sant Jordi por su carrera profesional.
Pintor y grabador, siendo muy joven entró en contacto con la obra de Cézanne gracias a una beca que lo llevó a París, donde volvió después de Primera Guerra Mundial y donde entró en contacto con el surrealismo y con artistas como, por ejemplo, Max Jacob o Pablo Picasso. Alrededor de la década de los años veinte, siguió los postulados vanguardistas del momento y su pintura su fue inclinando hacia el clasicismo de origen cubista, y convirtió el desnudo femenino en el motivo principal de su obra. Fue en ese tiempo cuando le llegó el reconocimiento internacional. En 1932, ya en Barcelona, comenzó su relación con Francesc Cambó y su trabajo se decantó hacia los retratos de la alta sociedad catalana de la época.
Sus fotografías transportan a un estado casi onírico donde el mundo real y el imaginario se diluyen. A pesar de tratarse de escenas posibles en la realidad, Andrea Torres dota las imágenes de una aureola de fantasía, de sueño, de irrealidad. Son composiciones sencillas donde las figuras parecen habitar en un espacio y un tiempo indeterminados a través de los cuales la autora invita al espectador a dejarse llevar por su imaginación e interpretar la fotografía desde su propio mundo interior.
Artista que durante la década de los cincuenta, junto con Subirachs, Creus, Boix y Martí Sabé formó parte del Grup Postectura. De unos inicios expresionistas, seguidos de una etapa informal, su trabajo evoluciona hacia reflexiones vinculadas con el dadaísmo, el minimalismo y el arte conceptual, realizando creaciones de rigurosa geometría a través del uso de materiales poco convencionales como la fórmica. Con un sentido irónico y crítico de mirar el pasado, de lenguaje seductor y sutil, su obra invita al espectador a la reflexión. Entre los premios que ha recibido, destacan el de Julio González en 1959 y el primer premio de la III Bienal de Alejandría en el mismo año. La Generalitat de Catalunya le concedió la Creu de Sant Jordi en 1991.
Pionero de la instalación, Francesc Torres es actualmente uno de los creadores más reconocidos del panorama internacional. Por medio de la incorporación de nuevos procedimientos como son las instalaciones que mezclan escultura, fotografía y vídeo, el artista cuestiona varias manifestaciones de la política, el poder y la cultura, y nos hace partícipes de su introspección artística y subjetiva. Las largas temporadas en el extranjero (Nueva York, Berlín y París), donde desarrolla gran parte de sus proyectos hasta los años noventa, han originado que su trabajo haya sido poco difundido en nuestro país. En el año 1991 fue galardonado con el Premio Nacional de Bellas Artes, y durante el transcurso de 2009, con el Premio Nacional de Artes Visuales, los dos concedidos por la Generalitat de Catalunya.
El año 1947 empezó como aprendiz en los talleres de joyería y orfebrería del maestro Alfons Serrahima. Nueve años más tarde fundó su primer taller de pintura, joyas y pequeña escultura en la calle del Call de Barcelona. Su voluptuosa obra se integra y, a la vez, se fusiona con la naturaleza como si fuera parte inherente del paisaje. Orfebre de dicotomías, concibe simultáneamente escultura menuda y delicada, y piezas de aire totémico y monumental.
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