En 1945 quedó huérfano y fue acogido junto con su hermano por unos parientes de Girona, en cuya cada descubrió su vocación por el arte. En 1950 ingresó en la Escola Superior de Belles Arts de Sant Jordi de Barcelona y durante los años posteriores continuó con su formación: estudió perspectiva y composición en el SARC y se formó en la Escola d’Arts Sumptuàries Massana. En 1963 realizó un viaje de estudios a Francia, donde conoció las tendencias artísticas del momento, y completó esta experiencia con un estudio en profundidad de los grandes museos del Espato español. En 1957 se incorporó al grupo abstracto Síntesis, y a partir de los años sesenta su carrera empezó a despegar con la participación en numerosas exposiciones, tanto individuales como colectivas. La salud delicada de este poeta y artista plástico condicionó su modo de entender no solo la vida, sino también el arte. Sin embargo el gran pesimismo de los primeros años se convertiría, después de conocer a su esposa Maria Ardanuy, en cierta ironía y cierto sentido del humor, que le permitieron relativizar su situación y vivir el presente con gran intensidad.
Más allá del reflejo de las geometrías utópicas y de unos personajes sin fisonomía y de aspecto seriado, las imágenes del artista Jordi Pintó nos hacen viajar hacia unas escenografías mágicas de colores vivos que ocultan un universo personal y meditado. Nuestra mirada choca con las grandes carpas de tela que, como en un circo, contienen multitud de simbologías heterogéneas —la estrella representa el microcosmos y las energías internas, mientras que el corazón simboliza los sentimientos verdaderos— bajo un lenguaje personal e intransferible, de manera que amalgaman la ilustración infantil, el cubismo y la pintura metafísica.
Fotógrafo que potencia la multiplicidad de lecturas mediante la concreción-disolución lineal y la división-ocultación. Ramifica los puntos de vista o la simetría y asocia las imágenes a partir de un concepto para crear un diálogo entre sus obras. Blanco y negro, 35 mm, dípticos, trípticos y cuadrípticos, donde conviven armónicamente ironía y poesía, en clave brossiana. Con un lenguaje visual cercano, conciso, breve y directo transforma el instante mediante la luz y la sombra, la claridad y la oscuridad de las evocaciones.
Integrado en la naturaleza, el arte de Enric Pladevall encuentra su referente en la dicotomía y las tensiones vividas por el hombre entre el mundo natural y el mundo tecnológico, como muestra el diálogo que entablan en su obra la madera y el hierro. Incluyendo en un todo, materia, superficies monumentales, naturaleza, espacio, donde el juego de presiones y tensiones transmite una proyección enérgicamente elástica, el resultado de su obra es una plasticidad evocadora de erosión, mutabilidad, mimesis; en definitiva, de existencia.
Protagonista de la vanguardia catalana de los años 50 y 60, Planasdurà participó activamente en el panorama cultural del momento a través de su implicación en varios grupos y entidades culturales. Siempre partiendo de la experimentación y con gran capacidad simétrica, dominó tanto la figuración como el informalismo y la abstracción geométrica. Sus obras, de gran vitalidad, han sido expuestas en distintas ciudades como Venecia, Milán, Berna y Madrid. Planasdurà fue premio Ciutat de Barcelona 1974.
Escultor y pintor que se inicia con el trabajo de troncos y maderas escogidas al azar, texturas ensambladas o manipuladas incisivamente. Con un claro espíritu arquitectónico, objetual y mobiliario, construye esculturas que combinan la madera con el hierro, en las que los espacios simbólicos perforados en las entrañas de la madera se han convertido en receptáculos, en cavidades interiores de auténtica vocación espacial. Racionalidad, horizontalidad, planimetría, imperfecciones y orden son las ideas que brotan de su creación artística.
Sus cuadros son manifestaciones de un cosmos inescrutable y hermético de espacios interiores formulados por una simbología de figuras y objetos inmóviles, de colores envejecidos y prodigiosamente elaborados, que testimonian cierta atemporalidad. Muñecas de faz envarada, relojes de arena, toros y animales domésticos son los figurantes de una fauna significativa y significante. Despiadadamente crítico, Planell rehuye la realidad cotidiana y tosca para sumergirnos en un universo poético, ilusorio y de ciertas reminiscencias medievales.