Pintor que estructura y erige superposiciones cromáticas de abstracción geométrica. Bajo la repetición secuencial se oculta la voluntad expresa de romper el orden sin buscar referentes en la realidad. Paisajes de la imaginación, espacios determinados por la luz, el color y la alternancia de franjas verticales y horizontales. Práctica que invoca el juego óptico del Op Art y el arte cinético surgidos en los sesenta. Igual que Daniel Buren y Sean Scully, hace una reflexión sobre la forma, la textura y el color.
La obra fotográfica de Lluïsa Petit nace de la conjunción de los conocimientos de los mundos de la publicidad y del arte. Hija de padre publicista, ha sido directora de fotografía de varias agencias publicitarias. Especializada en el ámbito de la moda y de los retratos ha elaborado campañas publicitarias para grandes multinacionales. En el fondo fotográfico de la Fundación Vila Casas se encuentran las 52 imágenes del Livro de Retratos, que se presentó en São Paulo en el año 1993 después de recorrer diferentes ciudades brasileñas. Hace tiempo estableció su residencia en Girona, desde donde lleva a cabo numerosos proyectos expositivos. También ha editado varios libros de fotografías protagonizadas por la figura femenina.
Desde los años sesenta Pey representa algunas de las principales escuelas vanguardistas y experimentales del arte catalán. Su obra amalgama diferentes disciplinas como el cine, la literatura y la fotografía, hasta apropiarse de un lenguaje de síntesis e integridad híbrida. Desvinculado de toda corriente realista, el artista se adentra en los límites de la imagen en un universo fantasmagórico y angustioso donde la realidad se nos presenta travestida, desmembrada en espacio y tiempo. Confrontando la belleza y la perversidad nace un arte de dualidades donde tras la realidad se esconde la extrañeza, la inseguridad y el horror.
Pintor de óleos de gran formato, en los últimos años apuesta por el uso de las nuevas tecnologías, como el vídeo, para evocar sus inquietudes de manera más directa i personal. Sus dibujos presentan personajes y escenarios en situaciones efímeras abriendo un punto de fuga hacia la ficción y las contradicciones del ser humano. Las relaciones humanas, que se ramifican en el deseo, el aislamiento o la degradación del género humano, así como su personal visión de la belleza y la soledad son los conceptos básicos de todo su trabajo.
Nacido en una familia de artistas, Antoni Pitxot empezó su formación artística de la mano de Juan Núñez Fernández en San Sebastián. En 1964 decide instalarse definitivamente en Cadaqués, donde surgirá su huella pictórica. También será en esta localidad donde fraguará una fuerte amistad con Salvador Dalí, con quien establecerá una profunda complicidad. Será el propio Pitxot quien ayudará a Dalí en la realización del Teatro-Museo Dalí. Su pintura está marcada por el paisaje que evoca el Mediterráneo en Cadaqués. De este aroma surgen formas antropomórficas de las rocas que dibuja y pinta con una factura propia influenciada por los grandes manieristas italianos y el surrealismo, y que otorgan al conjunto pictórico algo de alegórico y mitológico, creando una atmósfera conjunta con la tradición de la tierra donde se vincula su trabajo. Tanto por su tarea artística como por la faceta promotora de las artes y la cultura de nuestro país, Antoni Pitxot ha recibido el reconocimiento de la Real Academia de Bellas Artes de Sant Jordi así como la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes otorgada por Juan Carlos I.
En 1945 quedó huérfano y fue acogido junto con su hermano por unos parientes de Girona, en cuya cada descubrió su vocación por el arte. En 1950 ingresó en la Escola Superior de Belles Arts de Sant Jordi de Barcelona y durante los años posteriores continuó con su formación: estudió perspectiva y composición en el SARC y se formó en la Escola d’Arts Sumptuàries Massana. En 1963 realizó un viaje de estudios a Francia, donde conoció las tendencias artísticas del momento, y completó esta experiencia con un estudio en profundidad de los grandes museos del Espato español. En 1957 se incorporó al grupo abstracto Síntesis, y a partir de los años sesenta su carrera empezó a despegar con la participación en numerosas exposiciones, tanto individuales como colectivas. La salud delicada de este poeta y artista plástico condicionó su modo de entender no solo la vida, sino también el arte. Sin embargo el gran pesimismo de los primeros años se convertiría, después de conocer a su esposa Maria Ardanuy, en cierta ironía y cierto sentido del humor, que le permitieron relativizar su situación y vivir el presente con gran intensidad.
Más allá del reflejo de las geometrías utópicas y de unos personajes sin fisonomía y de aspecto seriado, las imágenes del artista Jordi Pintó nos hacen viajar hacia unas escenografías mágicas de colores vivos que ocultan un universo personal y meditado. Nuestra mirada choca con las grandes carpas de tela que, como en un circo, contienen multitud de simbologías heterogéneas —la estrella representa el microcosmos y las energías internas, mientras que el corazón simboliza los sentimientos verdaderos— bajo un lenguaje personal e intransferible, de manera que amalgaman la ilustración infantil, el cubismo y la pintura metafísica.