Anna Miquel explora e interpreta una realidad múltiple, donde el cuadro no acaba en sí mismo por ser constatación de la vida misma. Mirando a la calle, observa y extrae un discurso propio de sus elementos más simbólicos. No puede hablase de paisajismo pictórico en el sentido más estricto, sino de exploración de valores que generan una empatía sugerente en el espectador. Investiga la técnica mixta del cemento con pigmentaciones sobre tela y papel; y como innovación, introduce el uso del acetato de relación íntima con los procesos creativos del cine de animación, practica llevada a cabo desde hace algunas décadas.
Su trabajo se caracteriza por un importante componente de teatralidad, con una constante vulneración de los límites entre la acción y el espectador, así como de la función del propio espacio de representación que cuidadosamente escenificado emana una estética mágica. Mediante la fotografía y la performance, el público adquiere el protagonismo en una obra que cuestiona las normas de comportamiento social, pues involucra al propio espectador sin desvelar la identidad y confidencialidad de cada uno de los individuos presentes.
Antonio Miralda reflexiona en su obra sobre las conexiones entre la nutrición, la ciencia y la cultura popular. Ironía y ambigüedad, osadía y monumentalismo barroco y kitsch, provocación y alabanza al mal gusto imperante, devastación de estereotipos pero también inmersión en los aspectos más populares y espontáneos de la cultura de masas, parecen ser las coordenadas por donde deambula su trayectoria creativa. Su arte enlaza directamente con el conceptualismo y con nombres como John Cage, Nam June Paik – precursor del videoarte- o el creador de los grandes envoltorios, Christo. Artista fascinado por el espectáculo pastelero y gastronómico, incluso sus últimas creaciones sin comida se refieren a objetos relacionados con el mundo de la alimentación.
Está considerada una de las primeras artistas conceptuales catalanas. A comienzos de los años setenta, empezó a realizar intervenciones en la naturaleza, que contenían una crítica social hacia el régimen franquista tardío, y también como un diálogo entre la misma naturaleza y la artificialidad. A finales del siglo pasado, y después de un tiempo viajando por América del Sur y Europa, se instaló en Cadaqués, donde recupera el arte de la acción y la performance.
La obra de Miró ofrece una de las visiones más particulares de la corriente surrealista y refleja el interés constante por el subconsciente, el mundo onírico, los recuerdos de infancia y la tierra catalana. Pintor, escultor, ceramista y grabador que, desde unos ensayos detallistas y de concepción casi caligráfica impregnados de las innovadoras tendencias parisienses, entra en contacto con los surrealistas para derivar hacia un enfoque sintético y expresivo. Joan Miró generó un lenguaje visual y una iconografía que se convirtieron en estandartes de unas composiciones poéticas que conjugan con sutileza figura y signos, y que llegaron a su máxima simplificación por medio del color y de las formas esenciales. Una de las aportaciones más significativas del artista fue la creación de la Fundació Joan Miró, realizada por Josep Lluís Sert en el año 1975 y dedicada a difundir las tendencias artísticas imperantes y a promocionar a los creadores catalanes.
Es uno de los fotógrafos documentalistas más importantes de la posguerra. A los diecisiete años fue premiado con el I Trofeo Luis Navarro, en el II Salón Nacional de Fotografía Moderna de l’Agrupació Fotogràfica de Catalunya. Sus imágenes combinan el espacio y el tiempo, mostrando la relación entre el hombre y la tierra, en la que el escalafón humano dimensiona el tiempo histórico en un espacio natural. Su capacidad de retratar la anécdota y enfocar con maestría situaciones irónicas, hacen disfrutar al espectador de una historia que transmite inocencia y espontaneidad, testimonio impreso de aquello que escapa de nuestro campo visual.
Santu Mofokeng inicia de manera informal su carrera de fotógrafo de la calle, y en la década de los ochenta decidió dedicarse de lleno a la fotografía de cariz ideológico y documentalista. Atraído por la actividad política del momento, marcada por el Apartheid, hace una apología del lirismo de la representación, plasma paisajes nostálgicos, exóticos o que contienen secretos de los antiguos habitantes de la región surafricana. Además, ha realizado instantáneas de gran crudeza protagonizadas por los supervivientes de los campos de concentración de Alemania y Polonia.
La obra de Santi Moix se caracteriza por la acumulación y la fragmentación, la sensualidad y un sentido poético de la forma en un espacio horizontal plano, denso y vital. Rompe con la imagen de continuidad, crea digresiones que avanzan y retroceden para construir, finalmente, esquemáticas estructuras biomorfas. Pinturas y esculturas que son elementos en movimiento, como laberintos que se ramifican hasta el infinito, y provocan una reflexión sobre un mundo fluctuante arrastrado por la fastuosidad y la rapidez que nos introduce en un tiempo diferente, libre, vital, desbordante y pasional.
Sus fotografías son un homenaje a los antiguos cuadernos de viaje en los que los artistas dibujaban lo más fascinante y propio de los paisajes descubiertos. Moldoveanu estudia su entorno y extrae la belleza latente en cada uno de sus componentes. En sus fotografías tanto de paisajes urbanos como rurales, el artista revela, a través de una óptica personal, los misterios y secretos que se esconden en cada rincón y examina el encanto de las relaciones que se establecen entre las formas naturales y ciertas formas desarrolladas por el hombre.