Licenciada en bellas artes por la Universidad de Girona, Lídia Masllorens compagina carrera artística con la docencia de dibujo. Centrada en el uso de grandes superficies que parecen envolver la estancia, su pintura tiene una intención claramente comunicativa, como si se tratara de grandes murales vindicativos, con el objetivo de traducir emociones de modo inmediato. Esta necesidad de fugacidad le ha llevado a sustituir los pinceles por las manos, transportadoras directas de las turbaciones instaladas en su interior y que se plasman sobre el papel de forma pura y libre de maquillajes y posturas artificiales, rostros de dimensiones colosales que le obligan a la vez a crear una danza que se dispersa en el aire y queda plasmada en el acto pictórico.
Su obra se caracteriza por las líneas simples, pero con una firme personalidad. Los caballos, los toros y las vacas son un referente común en toda su producción artística, fruto de las vivencias en su tierra natal. El material que utiliza más es el bronce, pero también trabaja la madera, el vidrio y el hierro colado. Figuras desnudas de todo manierismo, formas primitivas que nos evocan el origen y la esencia de la humanidad.
Estudió en la Escuela Massana de Barcelona y fue fundador del Taller Experimental de Artes Plásticas, y más adelante, junto con Elena Carbonell, Ramon Guillem-Balmes y Manel Civit, del grupo Usquam. Su producción artística combina los elementos escultóricos tradicionales, como la madera o el hierro, con aquellos más efímeros como el agua o la arena, para crear una escultura casi incorpórea, con una fuerte carga simbólica sobre la sombra que esta proyecta, elemento clave de su producción y que mitológicamente relacionamos con conceptos como el misterio, la fascinación, la oscuridad, el temor de la que es sujeto. Proyectadas, quemadas, emulsionadas, dobladas... Investiga la forma tradicional de esta disciplina y combina recursos estilísticos, como en Perfils crítics, donde invierte el concepto de retrato. Su obra se convierte, pues, en sugerencia y juego, con efectos sensoriales que hacen reflexionar sobre los límites de la materia y su forma.
Assumpció Mateu y su entorno son una única idea, ya que su obra es el reflejo de un estado anímico surgido de la observación de la naturaleza. Pintura intimista donde el paisaje responde a un estado espiritual de análisis subjetivo. Utiliza la técnica mixta, mezclando fotografía con pintura y papel. Las texturas matéricas de pigmentos naturales, acrílicos y polvo de mármol otorgan a su trabajo una aureola de misterio y de belleza sublime. Assumpció Mateu establece una clara correspondencia entra la poesía y la pintura mediante un diálogo constante entre trazos, formas e irisaciones. Abstracta y a su vez realista, de sus telas fluyen infinidad de afluentes de colores, meandros de sensaciones de un instante preciso que se escurre.
Iniciado en la pintura de forma autodidacta, Julià Mateu se traslada a Barcelona en el año 1960 y cinco años más tarde hace su primera exposición. Como palimpsestos de sensaciones y vivencias, conglomera las experiencias de los viajes continuos al extranjero, el contacto con la naturaleza y la huella del surrealismo daliniano que —sin rehuir el anhelo metafísico— le sirve para tejer un nuevo lenguaje abstracto y cromático gestado desde el automatismo más puro. Dedicado al grabado, su producción también queda vinculada a la literatura y las artes gráficas: series litográficas acompañadas de textos de Lluís Racionero.
Instruido en la escuela Massana de Barcelona, en el año 1983 se traslada a Suecia para complementar su formación en el Konst Art Forum de Malmö, donde conocerá al escultor Asmud Arles, que influirá decisivamente en su trayectoria artística. La concepción volumétrica de las esculturas de Rafael Mayo da paso a una obra que se puede admirar des de múltiples vertientes e interpretaciones polifacéticas, desde la metáfora del material que contiene la forma final y hasta la reflexión de la deshumanización del arte o bien la alegoría del dominio que ejercen las estructuras sociales sobre el individuo. Preferentemente trabaja el bronce, y por medio de una habilidad técnica excepcional consigue unas composiciones repletas de armonía que captan y seducen al espectador.
Formado en dibujo y pintura a cargo de Tàrrega-Viladoms, Manuel Mayoral muestra un gran interés por la pintura au plein air. Los ambientes, las atmósferas y los espacios que el artista plasma en sus paisajes poseen una ligereza que los hace etéreos y sutiles, y que a veces desvelan una gran expresividad. La luz clara que imprimen sus obras —expuestas en varias galerías estatales y extranjeras—, así como el tratamiento personal del paisaje a través de una mirada fresca y no convencional, otorgan a su trabajo una atmósfera poética y sutil.