Autodidacta y uno de los autores colombianos más destacados del momento, la obra de Duvan es colorista y vital. Pintor, escultor, dibujante y grabador influido por las aportaciones de Matisse, Picasso y del arte pop, entre otros, configura un léxico único e inalienable. Amante de los viajes, se instala durante una temporada en la ciudad de Barcelona, donde ejerce la técnica del grabado. En sus esculturas se evidencian la visión unifocal del artista y la destrucción del concepto de tridimensionalidad del espacio por medio de una planimetría de efectos ópticos volumétricos.
La visión pictórica de Mònica Luco nos transporta hacia un universo onírico y fantasioso, en el que se conjugan y se diluyen abstracción poética y figuración. La autora interioriza y desvirtúa mentalmente paisajes a los que dota de un contenido simbólico y espiritual que induce al espectador a la reflexión. Un espacio sublime de atmósfera mística y nostálgica en el que ciertas estructuras nos evocan hacia un magma de dualidades: presencia-ausencia, presente-pasado y realidad-ficción.
Se le considera el padre del cómic underground nacional. Instalado en Barcelona en 1971, se codeó con artistas como Mariscal. Sus cómics transgresores y de viñetas burlescas, manifiesto de una Barcelona creativa y provocadora, fueron censurados en los años sesenta y a inicios de la transición. A finales de la década de los ochenta decide iniciarse en el mundo de la pintura, literatura y fotografía.
En sus fotografías explora el paso del tiempo, aquello permutable y lo que se perpetua en lugares públicos y privados de la arquitectura urbana o de espacios naturales. Muelles, ríos o edificios se integran en el objetivo para documentar melancólicos vestigios de la industria fluvial y los sistemas de transporte de tiempos pasados. En el trasfondo de su temática encontramos experiencias relacionadas con la soledad, la muerte y la pérdida de la identidad. Lynch utiliza la tecnología, una cámara Hasselblad digital, y el retoque posterior con programas de edición digital como Photoshop.
Miguel Macaya pertenece a una nueva generación de pintores realistas. Su obra, definida como “existencial” y alejada de las corrientes vigentes, exhuma figuras y objetos de la tradición que nos trasladan a tiempos casi apocalípticos. Reminiscencias goyescas de claroscuros barrocos, asediadas por un fondo tenebroso y silencioso donde el negro infinito es alusión ciega de emergentes interrogantes. Naturalezas muertas, retratos de animales y de personajes como toreros, son proyectados desde su irónica imaginación como manifestación de todo aquello invisible.
Con más de 30 años de trayectoria fotoperiodística, se erigió como uno de los testimonios gráficos más respetados del panorama político nacional. Descendiente de una generación autodidacta, Pedro Madueño, con tan solo 15 años, hacía fotografías para diarios y otro tipo de publicaciones. Vinculado a La Vanguardia desde hace una veintena de años y seducido por el retrato, cada una de sus imágenes capta el instante más puro y real para inmortalizar acontecimientos en sus múltiples y calidoscópicas facetas.
A pesar de pertenecer a la corriente del nuevo realismo, sus obras no son imágenes reales, sino un conglomerado de vida y ficción. Mundos que no existen, gente paseando en parajes extraños, y a veces fantasiosos, o cielos utópicos en un fondo neutro y desértico que el artista ilumina con ironía, vaporosidad y ternura.