La visión pictórica de Mònica Luco nos transporta hacia un universo onírico y fantasioso, en el que se conjugan y se diluyen abstracción poética y figuración. La autora interioriza y desvirtúa mentalmente paisajes a los que dota de un contenido simbólico y espiritual que induce al espectador a la reflexión. Un espacio sublime de atmósfera mística y nostálgica en el que ciertas estructuras nos evocan hacia un magma de dualidades: presencia-ausencia, presente-pasado y realidad-ficción.
Se le considera el padre del cómic underground nacional. Instalado en Barcelona en 1971, se codeó con artistas como Mariscal. Sus cómics transgresores y de viñetas burlescas, manifiesto de una Barcelona creativa y provocadora, fueron censurados en los años sesenta y a inicios de la transición. A finales de la década de los ochenta decide iniciarse en el mundo de la pintura, literatura y fotografía.
En sus fotografías explora el paso del tiempo, aquello permutable y lo que se perpetua en lugares públicos y privados de la arquitectura urbana o de espacios naturales. Muelles, ríos o edificios se integran en el objetivo para documentar melancólicos vestigios de la industria fluvial y los sistemas de transporte de tiempos pasados. En el trasfondo de su temática encontramos experiencias relacionadas con la soledad, la muerte y la pérdida de la identidad. Lynch utiliza la tecnología, una cámara Hasselblad digital, y el retoque posterior con programas de edición digital como Photoshop.
Miguel Macaya pertenece a una nueva generación de pintores realistas. Su obra, definida como “existencial” y alejada de las corrientes vigentes, exhuma figuras y objetos de la tradición que nos trasladan a tiempos casi apocalípticos. Reminiscencias goyescas de claroscuros barrocos, asediadas por un fondo tenebroso y silencioso donde el negro infinito es alusión ciega de emergentes interrogantes. Naturalezas muertas, retratos de animales y de personajes como toreros, son proyectados desde su irónica imaginación como manifestación de todo aquello invisible.
Con más de 30 años de trayectoria fotoperiodística, se erigió como uno de los testimonios gráficos más respetados del panorama político nacional. Descendiente de una generación autodidacta, Pedro Madueño, con tan solo 15 años, hacía fotografías para diarios y otro tipo de publicaciones. Vinculado a La Vanguardia desde hace una veintena de años y seducido por el retrato, cada una de sus imágenes capta el instante más puro y real para inmortalizar acontecimientos en sus múltiples y calidoscópicas facetas.
A pesar de pertenecer a la corriente del nuevo realismo, sus obras no son imágenes reales, sino un conglomerado de vida y ficción. Mundos que no existen, gente paseando en parajes extraños, y a veces fantasiosos, o cielos utópicos en un fondo neutro y desértico que el artista ilumina con ironía, vaporosidad y ternura.
Autodidacta proveniente del mundo de la publicidad. Su trabajo gira en torno de la correspondencia y mutación de los objetos para representar el mundo del inconsciente como algo aislado, onírico y que desafía la fuerza de la gravedad. Objetos atrapados en el tiempo, reflejo de nuestros temores, deseos y desengaños. En definitiva, de nuestras vivencias y sensaciones más profundas.
El trabajo de Anna Malagrida no intenta denunciar nada, sino que simplemente quiere reflejar la falta de comunicación y el individualismo imperante en nuestra sociedad actual. El retrato ha sido para la artista el origen de su afición a la fotografía, como lenguaje y mayor herramienta crítica del mundo contemporáneo. Sus fotografías de gran formato representan escenas de interiores con protagonistas de rostros inexpresivos y mirada perdida al infinito enmarcados en un universo aislado. Mediante una sutileza lumínica, hay un claro deseo de ir más allá y confundir las fronteras que separan pintura y fotografía; la artista envuelve sus imágenes de una atmósfera enigmática y misteriosa.