Estos días llevo pensando en la singularidad de las imágenes que se presentan ante nosotros al asomarnos a la ventana. Nunca una abertura en una pared tuvo tanto significado para nosotros. A través de ella percibimos ciudades, pueblos, calles en definitiva vacíos en su apariencia, pero en su verdad sabemos que lo que encontraremos en la ventana del vecino será la figura de su presencia, esclarecida de toda duda a las 20:00 con un aplauso. Al mismo tiempo somos consumidores de otra ventana paralela e igualmente significativa y necesaria para nosotros ahora mismo como son las redes sociales, las videoconferencias… Esta ventana nos lleva a un mundo idealizado, de realidades siempre al margen de lo verdadero palpable y que nos trasladan a la necesaria reparación emocional que tanto requerimos.
Consumimos realidades a través de "ventanas" con muchísimos filtros. Unos naturales, otros artificiales, de cristal o de plástico, LCD o AMOLED, o el filtro impuesto de la distancia.
Pocas veces había tenido tantas ganas de suprimir los filtros, de no detenerme en sus singularidades para discernir entre realidad y apariencia. Quitarlos de en medio para que volvamos a abrazarnos.